El agro colombiano ante un futuro de innovación, cooperación e IA.

Por: Juan Sebastian Camelo

Expoagrofuturo 2025 en Medellín se consolida como un escenario que va mucho más allá de una feria agroindustrial: es un verdadero encuentro de saberes donde convergen productores, empresarios, investigadores, inversionistas y Estado. Allí se vislumbran los caminos que Colombia debe recorrer para transformar su agro en un motor de desarrollo económico, social y ambiental. La clave está en integrar tecnología, innovación y asociatividad en una visión de largo plazo que conecte al pequeño productor con las tendencias globales.

Uno de los pilares de esta transformación es el uso de Tecnologías de la Información y los Sistemas de Información Geográfica (SIG). Estas herramientas permiten planificar con precisión el uso del suelo, optimizar la gestión hídrica, anticipar riesgos climáticos y dar trazabilidad a los cultivos. La información geoespacial, bien gestionada, se convierte en una brújula indispensable para orientar políticas públicas y decisiones empresariales que mejoren la productividad sin comprometer la sostenibilidad.

De igual forma, la Inteligencia Artificial (IA) está irrumpiendo con fuerza en el sector agropecuario. Sus aplicaciones van desde la predicción temprana de plagas y enfermedades hasta la optimización del uso de insumos y la estimación precisa de rendimientos. Modelos de Machine Learning y visión computacional ofrecen la posibilidad de reducir costos, mejorar la eficiencia y minimizar la huella ambiental. Sin embargo, el gran desafío es garantizar que estas tecnologías lleguen también al pequeño y mediano productor, quienes representan el corazón del agro colombiano.

Pero la tecnología, por sí sola, no transforma territorios. La asociatividad y la cooperación son el engranaje social que permite a los agricultores acceder a mercados, innovaciones y financiamiento. Solo mediante la organización colectiva —cooperativas, clústeres o alianzas productivas— es posible democratizar la innovación. En este sentido, la transferencia tecnológica nacional e internacional juega un papel estratégico: experiencias y desarrollos provenientes de países con tradición agro tecnológica, como Israel, Brasil o los Países Bajos, deben ser adaptados a nuestros cultivos de interés (café, aguacate, cacao, frutas tropicales, hortalizas) y a las condiciones propias del territorio colombiano.

La sostenibilidad emerge como un eje transversal. En un contexto de variabilidad y cambio climático, el reto es construir sistemas agrícolas resilientes, capaces de producir más con menos. Aquí surge un desafío clave: la implementación de modelos de predicción agroclimatológica que integren diferentes ciencias —meteorología, agronomía, inteligencia artificial, economía— para anticipar riesgos y optimizar la gestión de recursos. En un país como Colombia, donde la variabilidad climática impacta directamente en la seguridad alimentaria, estos modelos no son un lujo, sino una necesidad urgente.

El futuro del desarrollo rural en Colombia dependerá de nuestra capacidad para articular tres caminos inaplazables: cerrar la brecha digital en el campo, fortalecer la asociatividad como vía de inclusión y competitividad, y diseñar políticas públicas de largo plazo que integren innovación, sostenibilidad y equidad. Expoagrofuturo 2025 nos recuerda que ya contamos con las herramientas y el conocimiento, pero el verdadero reto es convertir la innovación en oportunidades reales para las comunidades rurales.

En este proceso, la academia colombiana tiene un papel crucial. El país necesita una academia que sepa adaptarse a los nuevos escenarios, que salga de las aulas y los laboratorios para conectarse con las realidades del campo, y que deje atrás la soberbia académica que tantas veces ha limitado el diálogo con los productores. Solo una academia humilde, abierta y vinculada al territorio podrá aportar soluciones prácticas y formar profesionales capaces de transformar el agro desde la ciencia aplicada.

El agro colombiano no puede ser visto únicamente como proveedor de materias primas: es el escenario donde se juega el futuro de nuestra seguridad alimentaria, la equidad social y la sostenibilidad ambiental. Transformar el campo con tecnología, cooperación, ciencia y resiliencia es la apuesta que definirá nuestro lugar en el mundo. 2026 es un año clave para definir el rumbo del país, y ser esa verdadera despensa agrícola que siempre hemos podido ser. Elegir bien, también es una decisión política, y no podemos repetir los mismos errores del 2022.

Puntilla: El Coco de la tal «Reforma agraria» impulsada por el Líder de la Galaxia, que esparce el virus de la vida, nunca llego. El tal «Cambio», tampoco.

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